Comentario
Carta de Colón a Luis de Santángel
15 de febrero - 14 de marzo de 1493
Porque sé que habréis placer de la grand victoria que Nuestro Señor me ha dado en mi viaje, vos escribo esta, por la cual sabréis cómo en 33 días pasé a las Indias con la armada que los ilustrísimos Rey y Reina, nuestros señores, me dieron, donde yo hallé muy muchas islas pobladas con gente sin número, y dellas todas he tomado posesión por sus Altezas con pregón y bandera real extendida, y no me fue contradicho.
A la primera que yo hallé puse nombre San Salvador, a conmemoración de Su Alta Magestad, el cual maravillosamente todo esto ha dado; los Indios la llaman Guanahaní. A la segunda puse nombre la isla de Santa María de Concepción; a la tercera, Fernandina; a la cuarta, la Isabela; a la quinta, la isla Juana, y así a cada una nombre nuevo.
Cuando yo llegué a la Juana seguí yo la costa della al poniente, y la hallé tan grande que pensé que sería tierra firme, la provincia de Catayo; y como no hallé así villas y lugares en la costa de la mar, salvo pequeñas poblaciones, con la gente de las cuales no podía haber habla, porque luego huían todos, andaba yo adelante por el dicho camino, pensando de no errar grandes Ciudades o villas; y al cabo de muchas leguas, visto que no había innovación, y que la costa me llevaba al septentrión, de adonde mi voluntad era contraria, porque el invierno era ya encarnado, y yo tenía propósito de hacer M al austro, y también el viento me dio adelante, determiné de no aguardar otro tiempo, y volví atrás hasta un señalado puerto, de adonde envié dos hombres por la tierra para saber si había rey o grandes ciudades. Anduvieron tres jornadas y hallaron infinitas poblaciones pequeñas y gente sin número, mas no cosa de regimiento, por lo cual se volvieron.
Yo entendía harto de otros indios, que ya tenía tomados, cómo continuamente esta tierra era Isla; y así seguí la costa della al Oriente ciento y siete leguas hasta donde hacía fin; del cual cabo vi otra isla al Oriente distante desta diez e ocho leguas, a la cual luego puse nombre la Española; y fui allí, y seguí la parte del septentrión, así como de la Juana, al Oriente ciento e ochenta y ocho grandes leguas por línea recta, la cual y todas las otras son fertilísimas en demasiado grado, y está en extremo; en ella hay muchos puertos en la costa de la mar sin comparación de otros que yo sepa en cristianos, y hartos ríos y buenos y grandes que es maravilla; las tierras della son altas y en ella muy muchas sierras y montañas altísimas, sin comparación de la isla de Tenerife de mil hechuras, y todas andables y llenas de árboles de mil maneras y altas, y parecen que llegan al cielo; y tengo por dicho que jamás pierden la hoja, según lo pude comprender, que los vi tan verdes y tan hermosos como son por mayo en España. Y dellos estaban floridos, dellos con fruto, y dellos en otro término, según es su calidad; y cantaban el ruiseñor y otros pajaricos de mil maneras en el mes de noviembre por allí donde yo andaba. Hay palmas de seis o de ocho maneras, que es admiración verlas, por la diformidad fermosa dellas, mas así como los otros árboles y frutos e yerbas; en ella hay pinares a maravilla, y hay campiñas grandísimas, y hay miel, y de muchas maneras de aves y frutas muy diversas. En las tierras hay muchas minas de metales y hay gente instimabile número.
La Española es maravilla: las sierras y las montañas y las vegas y las campiñas y las tierras tan hermosas y gruesas para plantar y sembrar, para criar ganados de todas suertes, para edificios de villas y lugares. Los puertos de la mar, aquí no habría creencia sin vista, y de los ríos muchos y grandes y buenas aguas; los más de los cuales traen oro. En los árboles y frutos y hierbas hay grandes diferencias de aquellas de la Juana: en esta hay muchas especierías y grandes minas de oro y de otros metales.
La gente desta isla y de todas las otras que he hallado y habido he noticia, andan todos desnudos, hombres y mugeres, así como sus madres los paren, aunque algunas mugeres se cobran un solo lugar con una hoja de hierba o una cosa de algodón que para ello hacen. Ellos no tienen hierro ni acero ni armas ni son para ello; no porque no sea gente bien dispuesta y de hermosa estatura, salvo que son muy temerosos a maravilla. No tienen otras armas salvo las armas de las cañas cuando están con la simiente, a [la] cual ponen al caballo un palillo agudo, y no osan usar de aquellas; que muchas veces me acaeció enviar a tierra dos o tres hombres a alguna villa para haber habla, y salir a ellos dellos sin número, y después que los veían llegar huían a no aguardar padre a hijo; y esto no porque a ninguno se haya hecho mal, antes a todo cabo adonde yo haya estado y podido haber habla, les he dado de todo lo que tenía, así paño como otras cosas muchas, sin recibir por ello cosa alguna; mas son así temerosos sin remedio. Verdad es que, después que se aseguran y pierden este miedo, ellos son tanto sin engaño y tan liberales de lo que tienen, que no lo creería sino el que lo viese. Ellos de cosa que tengan, pidiéndosela, jamás dicen que no, antes convidan la persona con ello, y muestran tanto amor que darían los corazones, y quier sea cosa de valor, quier sea de poco precio, luego por cualquiera cosica de cualquiera manera que sea que se les dé Por ello son contentos.
Yo defendí que no se les diesen cosas tan viles como pedazos de escudillas rotas y pedazos de vidrio roto y cabos de agujetas; aunque cuando ellos esto podían [a] llegar, los parecía haber la mejor joya del mundo: que se acertó haber un marinero, por una agujeta, de oro de peso de dos castellanos y medio, y otros de otras cosas que muy menos valían, mucho más. Ya por blancas nuevas daban por ellas todo cuanto tenían, aunque fuesen dos ni tres castellanos de oro, o una arroba o dos de algodón hilado. Hasta los pedazos de los arcos rotos de las pipas tomaban y daban lo que tenían como bestias. Así que me pareció mal e yo lo defendí. Y daba yo graciosas mil cosas buenas que yo llevaba porque tomen amor. Y allende desto se harán cristianos, que se inclinan al amor y servicio de Sus Altezas y de toda la nación castellana, y procuran de ayuntar y nos dar de las cosas que tienen en abundancia que nos son necesarias. Y no conocían ninguna secta ni idolatría, salvo que todos creen que las fuerzas y el bien es en el cielo, y creían muy firme que yo con estos navíos y gente venía del cielo, y en tal acatamiento me recibían en todo cabo, después de haber perdido el miedo. Y esto no procede porque sean ignorantes, salvo de muy sotil ingenio, y hombres que navegan todas aquellas mares, que es maravilla la buena cuenta quellos dan de todo, salvo porque nunca vieron gente vestida ni semejantes navíos.
Y luego que llegué a las Indias, en la primera isla que hallé, tomé por fuerza algunos dellos para que deprendiesen y me diesen noticia de lo que había en aquellas partes; e así fue que luego entendieron y nos a ellos cuando por lengua o señas; y estos han aprovechado mucho. Hoy en día los traigo que siempre están de propósito que vengo del cielo, por mucha conversación que hayan habido conmigo. Y estos eran los primeros a pronunciarlo adonde yo llegaba, y los otros andaban corriendo de casa en casa y a las villas cercanas con voces altas: "Venid, venid a ver la gente del cielo". Así todos, hombres como mugeres, después de haber el corazón seguro de nos, venían que non quedaba grande ni pequeño, y todos traían algo de comer y de beber, que daban con un amor maravilloso.
Ellos tienen [en] todas las islas muy muchas canoas a manera de fustas de remo, dellas mayores, dellas menores, y algunas y muchas son mayores que una fusta de diez y ocho bancos; no son tan anchas, porque son de un solo madero, más una fusta no terná con ellas al remo, porque van que no es cosa de creer; y con estas navegan todas aquellas islas que son innumerables, y traen sus mercaderías. Algunas destas canoas he visto con setenta y ochenta hombres en ella, y cada uno con su remo.
En todas estas islas non vide mucha diversidad de la hechura de la gente, ni en las costumbres, ni en la lengua, salvo que todos se entienden que es cosa muy singular; para lo que espero que determinarán sus altezas para la conversación dellos de nuestra santa fe, a la cual son muy dispuestos.
Ya dije cómo yo había andado ciento siete leguas por la costa de la mar, por la derecha línea de occidente a oriente, por la Isla Juana; según el cual camino puedo decir que esta isla es mayor que Inglaterra y Escocia juntas, dos provincias allende destas ciento siete leguas me quedan de la parte de poniente dos provincias que yo no he andado, la una de las cuales llaman Avan, adonde nace la gente con cola. Las cuales provincias no pueden tener en longura menos de cincuenta o sesenta leguas, según pude entender destos Indios que yo tengo, los cuales saben todos las islas.
Esta otra Española en cerco tiene más que la España toda desde Colibre por la costa de mar hasta Fuenterrabía en Vizcaya, pues en una cuadra anduve ciento ochenta y ocho leguas por recta línea de occidente a oriente. Esta es para desear, e [vista], es para nunca dejar; en la cual, puesto que de todas tengo tomada posesión por Sus Altezas, y todas sean más abastadas de lo que yo sé y puedo decir, y todas las tengo por de sus altezas, cual de ellas pueden disponer como y tan cumplidamente como de los Reinos de Castilla. En esta Española, en el lugar más convenible y mejor comarca para las minas del oro y de todo trato, así de la tierra firme de acá, como de aquella de allá del Gran Can, adonde habrá gran trato y ganancia, he tomado posesión de una villa grande a la cual puse nombre la Villa de Navidad, y en ella he hecho fuerza y fortaleza, que ya a estas horas estará del todo acabada, y he dejado en ella gente que basta para semejante hecho, con armas y artillería y vituallas para más de un año, y fusta y maestro de la mar en todas artes para hacer otras, y grande amistad con el Rey de aquella tierra, en tanto grado que se preciaba de me llamar y tener por hermano. Y aunque le mudase la voluntad a ofender esta gente, él ni los suyos no saben qué sean armas, y andaban desnudos, como ya he dicho. Son los más temerosos que hay en el mundo, así que solamente la gente que allá queda es para destruir toda aquella tierra, y es isla sin peligro de sus personas sabiéndose regir.
En todas estas islas me parece que todos los hombres sean contentos con una muger, y a su mayoral o Rey dan hasta veinte. Las mugeres me parece que trabajan más que los hombres. Ni he podido entender si tienen bienes propios, que me pareció ver que aquello que uno tenía todos hacían parte, en especial de las cosas comederas.
En estas islas hasta aquí no he hallado hombres monstruosos, como muchos pensaban, mas antes es toda gente de muy lindo acatamiento, ni son negros como en Guinea, salvo con sus cabellos corredios, y no se creían a donde hay ímpetu demasiado de los rayos solares; es verdad que el sol tiene allí gran fuerza, puesto ques distante de la línea equinocial veinte e seis grados. En estas islas, adonde hay montañas grandes, ahí tenía fuerza el frío este invierno, mas ellos lo sufren por la costumbre que con la ayuda de las viandas comen con especias muchas y muy calientes en demasía. Así que monstruos no he hallado ni noticia, salvo de una isla que es la segunda a la entrada de las Indias, que es poblada de una gente que tienen en todas las islas por muy feroces, los cuales comen carne humana. Estos tienen muchas canoas, con las cuales corren todas las islas de India roban y toman cuanto pueden. Ellos no son más diformes que los otros, salvo que tienen en costumbre de traer los cabellos largos como mugeres, y usan arcos y flechas de las mismas armas de cañas, con un palillo al cabo por defecto del hierro que no tienen. Son feroces entre estos otros pueblos que son en demasiado grado cobardes, mas yo no los tengo en nada más que a los otros. Estos son aquellos que tratan con las mugeres de Matinino, ques la primera isla partiendo de España para las Indias que se halla, en la cual no hay hombre ninguno. Ellas no usan ejercicio femenil, salvo arcos y flechas, como los sobredichos de cañas, y se arman y cobijan con launes de arambre de que tienen mucho.
Otra isla me aseguran mayor que la Española, en que las personas no tienen ningún cabello. En esta hay oro sin cuento, y destas y de las otras traigo conmigo Indios para testimonio.
En conclusión, a hablar desto solamente que se ha hecho este viaje, que fue así de corrida, que pueden ver Sus Altezas que yo les daré oro cuanto hobieren menester con muy poquita ayuda que sus altezas me darán agora: especería y algodón cuanto sus altezas mandaren cargar, y almastiga cuanto mandarán cargar, y de la cual hasta hoy no se han hallado salvo en Grecia y en la isla de Xio, y el Señorío la vende como quiere, y lignaloe cuanto mandarán cargar, y esclavos cuantos mandarán cargar, e serán de los idólatras; y creo haber hallado ruibarbo y canela, e otras mil cosas de sustancia hallaré, que habrán hallado la gente que yo allá dejo, porque yo no me he detenido ningún cabo, en cuanto el viento me haya dado lugar de navegar; solamente en la Villa de Navidad, en cuanto dejé asegurado y bien asentado. E a la verdad, mucho más hiciera si los navíos me sirvieran como razón demandaba.
Esto es harto y eterno Dios nuestro Señor, el cual da a todos aquellos que andan su camino victoria de cosas que parecen imposibles. Y esta señaladamente fue la una, porque aunque destas tierras hayan hablado o escrito, todo va por conjetura sin allegar de vista salvo comprendiendo, a tanto que los oyentes los más escuchaban y juzgaban más por habla que por poca cosa dello. Así que pues nuestro Redentor dio esta victoria a nuestros Ilustrísimos Rey y Reina y a sus Reinos famosos de tan alta cosa, adonde toda la cristiandad debe tomar alegría y facer grandes fiestas y dar gracias solemnes a la Santa Trinidad, con muchas oraciones solemnes por el tanto ensalzamiento que habrán en tornándose tantos pueblos a nuestra Santa Fe, y después por los bienes temporales que no solamente a la España, mas a todos los cristianos ternán aquí refrigerio y ganancia. Esto, según el hecho, así en breve. Fecha en la carabela, sobre las Islas de Canaria a XV de Febrero Año Mil CCCCL XXXXIII.
Hará lo que mandareis,
El Almirante.
Anima que venía dentro de la Carta
Después de esta escripto y estando en mar de Castilla, salió tanto viento conmigo sul y sueste, que me ha hecho descargar los navíos. Pero corrí aquí en este puerto de Lisbona hoy, que fue la mayor maravilla del mundo, adonde acordé escribir a sus altezas. En todas las Indias he siempre hallado los temporales como en mayo, adonde yo fui en XXXIII días, y volví en XXVIII, salvo que estas tormentas me han detenido XIII días corriendo por esta mar. Dicen acá todos los hombres de la mar que jamás hubo tan mal Invierno ni tantas pérdidas de naves.
Fecha a catorce días de marzo.
Esta Carta envió Colón al Escribano de Ración De las Islas halladas en las Indias: Contenida A otra de Sus Altezas.